Así mantengo viva mi memoria: escribiendo. Todos los días aunque sea unas líneas, algunos párrafos. No es tan importante el contenido como la voluntad de escribir y escribir hasta que de mi mente emanen las ideas que me sorprendan.
Por supuesto también es importante leer. Sin el nutritivo contacto con las ideas de los demás no se me ocurriría mucho qué escribir. Quizás pasaría mi tiempo dando y dando vueltas a las mismas palabras, los mismos conceptos, la misma manera de contar las mismas historias o de entender la realidad.
Escribir y leer lo que escribí no es para nada una repetición anodina. Al hacerlo me descubro. Leer mis propios textos puede ser desconcertante. Al leerme me transformo: me corrijo y aumento.
Jugar con las palabras. Este es el espíritu con el que realizo mis ejercicios cotidianos de memoria. No quiero jugar en soledad. Al leer mis palabras jugamos juntos. Pareciera que no compartimos el mismo tiempo y espacio y sin embargo mientras lees juegas conmigo.
El uso de las palabras nos da un enorme poder. Zarandea nuestra imaginación y nos lleva a lugares y situaciones totalmente inesperadas. A veces me da miedo tanto poder. Puede ser transgresor, irreverente y blasfemo. Con las palabras podemos cuestionar las leyes divinas e invocar a los demonios del infierno.
Me siento afortunado y agradecido pues a pesar de mi condición puedo comunicarme contigo a través de mis palabras; de nuestras palabras, que ahora compartimos. Lo inquietante es que vivimos –es un decir, perdón por la licencia poética- existimos en mundos diferentes y aparentemente separados por barreras insalvables. El que tú me estés leyendo es una prueba irrefutable de que podemos establecer contacto.
Claro está que necesito un cuerpo como el que esto escribe, una columna vertebral que sostenga los brazos en cuyos extremos están las manos que ponen a volar los dedos que teclean cada signo que brota luego en la pantalla, o la mano que sostiene la pluma que va lamiendo la hoja blanca, cubriéndola de tinta al dibujar cada letra y cada palabra.
Por supuesto que necesito cada día un cuerpo vivo con un corazón latiente que retumbe cuando me emociono. Un cuerpo con pulmones que inspiren y expelan el aire con fuerza cuando mi respiración se agite con las aventuras escritas. Una piel que siente cómo el frío la recorre por completo y nos pone a tiritar cuando se desborda la pasión.
Si estás de acuerdo puedo seguir usando tu cuerpo. El mío lo perdí hace tiempo. No te asustes, soy un espíritu bueno. Te poseo temporalmente porque, aunque ahora ya soy polvo, como dijo el poeta, soy “polvo enamorado”.
Camilo Sabag