“Los límites del lenguaje marcan los límites de mi mundo”
Ludwig Wittgenstein
Con estas palabras reflexionaremos acerca de la conversación íntima y su relación con el amor, el enamoramiento y el deseo. La conversación íntima como el crisol en el que se pueden fundir todos estos elementos para integrar relaciones más sólidas, duraderas, benéficas y significativas; vínculos que a su vez constituyen la principal matriz generadora de nuestra humanidad.
Conversación y realidad.
Actualmente entendemos el lenguaje como un sistema ordenado de signos y símbolos que permite la coordinación más compleja posible entre los seres humanos, propiciando la generación de un ámbito sensible e inteligible que nos envuelve y nos constituye. Desde este paradigma, el lenguaje es el medio a través del cual, y el ámbito dentro del cual, construimos nuestros mundos, damos sentido a la vida y nos relacionamos con nosotros mismos, con los demás y con el entorno.
Los humanos somos hijos del lenguaje y lo practicamos al conversar. Somos animales conversadores; necesitamos conversar constantemente para poder crear y recrear nuestra vida, nuestro entorno ecológico, nuestra cultura, nuestros vínculos con la familia y los amigos y nuestra propia identidad. Conversamos para ponernos al día en cuanto a los detalles de la vida de los demás, conversamos para integrar de manera coherente aspectos discordantes de nuestra propia personalidad, conversamos para pensar la solución de un problema, para no sentirnos solos, para expresar y modular nuestra tristeza, nuestros enojos, miedos, alegrías, nuestra desdicha o nuestra felicidad. Conversamos para entender el amor o el desamor, para tratar de hacer realidad nuestros más anhelados sueños, para pedir ayuda o para brindarla, para resolver conflictos o para crearlos.
La conversación, como práctica social y lingüística, es más que un espacio transicional, porque no es sólo un espacio “como si” en el que se puede ensayar virtualmente la interacción con “la realidad”. Desde la perspectiva posmoderna la conversación es una verdadera matriz generadora de “realidad”.
La realidad hechiza
Lo que llamamos realidad es algo hechizo, no nos viene dada, no es algo que exista independientemente de nosotros. Lo que percibimos como realidad es producto de un trabajo de diseño y construcción que hace posible lo que antes se creía imposible; verdadera magia que hace aparecer lo que antes no existía. El “hechizo” o encantamiento resultante, es decir, la sensación de que es real lo que estamos viviendo, nace del intercambio, de la interacción social, del consenso entre quienes dialogan.
Incluso el amor, ese sentimiento tan sublime y poderoso que ahora nos ocupa, y sus componentes: el deseo y el enamoramiento, son también, en gran medida, productos hechizos, invenciones humanas, construcciones audaces y ambiciosas como el más alto de los rascacielos. Al igual que éste, el amor puede permanecer como un espacio habitable, confortable y seguro, durante muchos años, o convertirse en una trampa mortal y derrumbarse irremediablemente. “Nuestras descripciones parecen realidades porque son el resultado de un consenso y porque se las considera útiles, no porque sean verdaderas. La validez objetiva percibida de una descripción influye sobre su perdurabilidad” (Gergen, 1994). Esta explicación desde el construccionismo social, nos permite entender la influencia que tiene la conversación en la evolución constante de las ideas, y de las percepciones que tenemos de la realidad; por qué algunas percepciones siguen vigentes, mientras que otras se transforman o desaparecen. Incluso nos ayuda a entender por qué algunos aspectos de nuestra personalidad, o algunas características de nuestras relaciones interpersonales se transforman y enriquecen mientras que otras permanecen estables o rígidas.
Siguiendo esta línea de pensamiento: si lo que percibimos conscientemente como realidad es una construcción social hecha al conversar con los demás; si nuestras percepciones y creencias van transformándose y actualizándose al conversar, ¿qué sucede con todos esos aspectos de nuestra vida, todos esos detalles que no tienen una traducción en el lenguaje y que, por lo tanto, no se pueden conversar? ¿Cómo evolucionan aquellos detalles íntimos, secretos, ocultos, que no compartimos con los demás? Es posible que no evolucionen mucho, y si se transforman, sea a causa de factores desconocidos y fuera de nuestro control consciente. Es probable que las características de nuestra personalidad más problemáticas y desadaptativas permanezcan así, sin actualizarse, a pesar del daño que nos causan, debido a que no han podido ser conversadas en un ámbito de intimidad respetuoso, seguro y recíproco. Si así fuera, podemos concluir que una de las tareas más productivas de nuestra existencia sería la de formar vínculos y circunstancias que propicien conversaciones íntimas, respetuosas, seguras, audaces y creativas; fuente constante de reflexión, crítica constructiva, evolución, y construcción de bienestar.
La conversación íntima
No todas las conversaciones son iguales; hay conversaciones sobre temas superficiales y anodinos, que quizá sirvan simplemente para mantener los lazos afectivos con nuestros grupos de pertenencia. Estas conversaciones superficiales son, de hecho, las más habituales, las más accesibles, y casi todos recibimos sus beneficios. Sin embargo, hay otro tipo de conversaciones que versan sobre temas más significativos para los participantes, temas en los que comprometen más su propia identidad o sus creencias más fundamentales. A este tipo de conversación le llamaremos Conversación íntima, porque en ellas se intercambian los aspectos más profundos, más secretos, menos evidentes y con mayores implicaciones para la vida de los que conversan y de sus seres más cercanos.
La conversación íntima es una de las formas de interacción humana más trascendentales. Es fundamental para establecer, mantener y enriquecer los vínculos más significativos de nuestra vida. Puede propiciar una mejor inserción de los que conversan, a sus grupos de pertenencia (Familia, relación de pareja, amistades, compañeros de estudio o de trabajo, conciudadanos, etc.), al compartir con ellos, cuestionar, negociar y transformar los significados que le dan sentido a su existencia.
La conversación íntima contribuye además a la construcción y enriquecimiento del discurso social, cuando los que conversan agregan a su entorno cultural los nuevos significados que van tejiendo en sus interacciones más íntimas –No es casualidad que algunos de los desarrollos científicos más impactantes para la humanidad, incluyendo, por supuesto al psicoanálisis, se hayan fraguado, en parte, a través de conversaciones epistolares íntimas, en el marco de verdaderas relaciones íntimas entre los científicos que, al dialogar, se fecundaban mutuamente, permitiendo así la concepción de las nuevas ideas-. Pero sobre todo, la conversación íntima contribuye de manera importante a la integración de la identidad de cada uno de los participantes en el diálogo, enriqueciéndola con matices complejos, revisándola, reescribiéndola para hacerla coherente con la propia historia y con lo que se desea vivir en el futuro. Además, compartir los sentimientos y pensamientos más íntimos convierte a este tipo de relación en una caja de resonancia que aumenta los momentos felices que se comparten, y aminora el peso de las penas que se cargan conjuntamente.
Del enamoramiento al amor duradero
Para que el enamoramiento efímero se transforme en un amor duradero y estable requiere el surgimiento de nuevos significados que lo prolonguen y lo enriquezcan, o incluso la permanencia de los mismos significados que hechizaron a los amantes, pero ahora, con una nueva proyección hacia el futuro, con una mayor trascendencia. Esto se puede lograr a través de la conversación íntima entre los amantes. En dichas conversaciones, los interlocutores comparten sus significados más valiosos, los cuestionan, los aceptan o rechazan, los pueden negociar y transformar hasta lograr una síntesis que le dé sentido a la vida de cada uno de ellos y a la relación que sostienen. De esta manera van tejiendo una realidad compartida, sentida, inteligible, transitable y disfrutable. Es decir; a través de la conversación íntima se va construyendo conjuntamente una nueva realidad, que le da continuidad a las historias individuales y familiares de cada uno de ellos pero que a partir de ésta interacción también generará elementos nuevos para ambos, deseos insospechados, descubrimientos sorprendentes, nuevos temores e inquietudes, nuevas perspectivas, etc. este aspecto generativo de la conversación es lo que da vitalidad al vínculo amoroso, actualizándolo constantemente, profundizándolo y fortaleciéndolo, superando así la monotonía y sus efectos enajenantes y empobrecedores.
La conversación íntima resulta ser, pues, toda una aventura, y como cualquier aventura memorable y digna de contarse, está plagada de riesgos y oportunidades. El desenlace favorable o desfavorable dependerá, es cierto, de muchos imponderables, pero también dependerá de las habilidades y destrezas de los aventureros, de su audacia y optimismo, del equipo con el que cuentan y de sus provisiones.
Esto que hemos dicho con respecto al amor pasional y romántico, también se aplica a otros tipos de amor, por ejemplo, al amor entre padres e hijos, basado más que en la pasión, en la necesidad de apego, por parte de los hijos, y la necesidad de cuidarlos, por parte de los padres.
Ya sea por la necesidad de protección, o por la compasión y empatía que despiertan la necesidad de ayudar, o por la necesidad de satisfacer el deseo sexual, el amor es una fuerza poderosa que nos une. Si es de manera efímera o de forma duradera, eso dependerá de muchas circunstancias. Una de ellas, la que enfocamos en esta ocasión, es La Conversación íntima, transformadora y generadora de nuestra realidad.
Conversación íntima y deseo
Podemos definir el deseo como el recuerdo de una vivencia agradable, segura o placentera, que proyectamos al futuro. Deseamos volver a vivir la experiencia que ya sentimos o imaginamos. ¿Es natural el deseo? ¿Instintivo? ¿Biológicamente condicionado y heredado a través de los genes? ¿Es aprendido? Como todo rasgo humano, el deseo nace de una interacción entre herencia y experiencia. Es obvio que, al igual que todos los animales, tenemos mecanismos naturales de captación de estímulos y respuestas instintivas hacia ellos. Podemos captar una necesidad fisiológica interna, y captar además el estímulo externo que va a satisfacer dicha necesidad, con lo cual, mantendremos y prolongaremos nuestra vida y la de la especie, el mayor tiempo posible y en las mejores condiciones. Tenemos además mecanismos naturales de registro que permiten retener algunos vestigios de la experiencia benéfica, los suficientes y durante el tiempo suficiente como para poder identificar aquellas condiciones que hagan más probable revivir la experiencia de satisfacción las veces que sea necesaria. Es decir, aprendemos a desear simplemente al vivir y recordar la experiencia placentera de satisfacer nuestras necesidades. Construimos en nuestro interior, por medio de signos y símbolos, un deseo, una estructura de conocimientos a partir de la cual se organizará nuestro futuro comportamiento adaptativo.
Aprender a vivir implica necesariamente construir dentro del lenguaje, nuestra percepción de “La realidad”. A partir de la satisfacción de nuestras necesidades más instintivas construimos nuestros deseos. Pero no sólo de la experiencia directa aprendemos a desear, también construimos nuestros deseos imitando a los demás. Nuestras neuronas espejo, esa red de neuronas especializadas en reproducir en nuestro cuerpo la experiencia que estamos presenciando en los demás, nos hacen vivir de forma vicaria muchos deseos, y maneras diversas de satisfacerlos. Así como imitamos personas reales o modelos atractivos de carne y hueso, también nos identificamos con todos esos personajes que habitan las múltiples y variadas narraciones que compartimos al conversar. El deseo sexual, por supuesto, no escapa a esta realidad. Aunque es la necesidad fisiológica más importante para la supervivencia de nuestra especie, o quizás precisamente por ello, es la necesidad instintiva menos rígida, más maleable. Podemos satisfacerla de muchísimas maneras diferentes, o incluso, no satisfacerla cabalmente, sin poner en riesgo nuestra existencia como individuos.
Gran parte de nuestros deseos sexuales son “hechizos”, mezcla de otras necesidades complementarias, que nos acercan a los demás y nos permiten coordinarnos de manera óptima con ellos, por tiempo prolongado. Desde las primeras relaciones humanas que establecemos para satisfacer la necesidad de apego, aprendemos e inventamos códigos de interacción que darán el matiz afectivo a nuestros vínculos. En el enamoramiento pasional, volvemos a vivir esta necesidad imperiosa de estar junto a quien amamos. El objeto amado, y por tanto, deseado, puede satisfacer diversas necesidades: puede ser fuente de protección y cuidados, o puede ser blanco de nuestra ternura y empatía. Puede ser la fuente de placer erótico y sensual más gratificante, o el origen y el destino de nuestra ira y agresión más irracionales. Podemos desear poseerlo y controlarlo, o desear y propiciar que se sienta libre. De esta manera, van surgiendo los diferentes tipos de amor que hemos construido: El amor pasional, basado en el placer sensual; el amor de amigos, que se sustenta en la comprensión y el cariño; el amor de entretenimiento, frívolo y divertido; el amor posesivo, controlador y obsesivo; el amor lógico, práctico y por conveniencia; o el amor desinteresado, basado en la abnegación y la generosidad.
Cada una de estas expresiones amorosas puede ser efímera o duradera, superficial o profunda, dependiendo, entre otras cosas, de los significados que hayan compartido y generado los amantes al conversar.
Vencer los obstáculos que impiden la conversación íntima
A pesar de los beneficios de la conversación íntima, no es nada fácil llegar a entablarla. Siempre hay obstáculos que se deben salvar para arribar a ella, por ejemplo:
- El temor de mostrar aspectos de nuestra personalidad que resultan vergonzosos o culpígenos.
- El temor a perder los límites de la propia identidad y confundirla con la de la otra persona.
- El miedo a poner en tela de juicio creencias y actitudes a las que nos aferramos para sentirnos seguros, aunque tengamos señales evidentes de que ya son anacrónicas y desadaptativas.
- El temor de descubrir aspectos desagradables de personas importantes para nosotros.
- El temor al conflicto; de intereses, de valores, de deseos incompatibles, etc.
- El miedo a descubrir que lo que deseamos es algo imposible de satisfacer.
- La falta de tiempo para entablar una comunicación frecuente y que requiere, además, la paciencia y la calma que difícilmente se adopta cuando la vida transcurre de forma acelerada.
- La falta de habilidades y destrezas para establecer y mantener este tipo de comunicación tan especial.
Si se logran superar estos obstáculos y se vive la aventura de conversar íntimamente, se podrán obtener beneficios tales como:
- La posibilidad de transformar características desagradables de la propia personalidad vividas como lastre, en recursos para vivir mejor.
- Definir mejor los límites de nuestra propia identidad para poder compartir aspectos de la personalidad del otro sin miedo a confundirnos (Inclusión)
- La oportunidad de generar nuevas ideas y creencias, más útiles y adaptativas, enriqueciendo con ellas nuestra vida y la de los demás.
- Des idealizar a la otra persona para conocerla “tal como es”, con sus virtudes y defectos. Aceptar su otredad, en lugar de anularla e imponerle una identidad ficticia a la medida de nuestros deseos.
- Desarrollar la habilidad de distinguir entre lo que sólo podemos desear, pero no realizar, y lo que podemos desear, es posible y hasta probable satisfacer.
- Desarrollar la habilidad y destreza para resolver conflictos de manera adecuada, convirtiéndolos en medios para fortalecer el vínculo y generar nuevas opciones de vida.
- Detener nuestra vertiginosa y enajenante rutina y darnos un momento para pensar si la forma habitual que tenemos de vivir nos llevará a una existencia más rica y plena o, por el contario la está impidiendo.
El contexto ideal para conversar de nuestra intimidad es un vínculo amoroso. El amor, en sus diferentes manifestaciones, desde el respeto más elemental por la individualidad y libertad de los otros, hasta el amor más posesivo y controlador, propician la cercanía suficiente y necesaria para que se comparta la intimidad. Por supuesto, debemos distinguir entre una intimidad forzada –más propia del amor posesivo- y una intimidad elegida libremente –característica de un amor compasivo y amistoso-. Esta última, desde nuestro punto de vista, es la más productiva, la más enriquecedora. ¿Cómo vencer los obstáculos que nos impiden establecer relaciones íntimas? La respuesta surge al comprender los orígenes de la intimidad: éstos se remontan al primer vínculo humano que establecimos con nuestros cuidadores primarios, que son, para la mayoría de las personas, los padres. Si habitualmente están atentos a nuestras necesidades de seguridad, bienestar físico y emocional, y con amor y generosidad nos ayudan a satisfacerlas, construimos en nuestro interior una base segura desde la cual podemos proyectarnos con optimismo hacia el futuro. A través de esquemas cognitivos y conductuales tomamos a esos padres amorosos y buenos como puntos de referencia, como faros que nos guían en la obscuridad. Al mismo tiempo vamos generando un autoconcepto, una autoimagen que hace sentirnos personas dignas de amor incondicional, de cuidados, de bienestar, etc. seres afortunados y competentes, capaces de ser autónomos, pero de integrarse libre y responsablemente con los demás. Estos esquemas de referencia se convierten en una matriz generativa de nuevos significados que enriquecerán constantemente nuestra vida y la de los demás. A partir de estas vivencias fundacionales vamos también aprendiendo a desear y a luchar por conseguir lo que deseamos. Aprendemos a enamorarnos y a extraer y disfrutar los dulces néctares del amor, pero también aprendemos a sobrellevar de manera digna y decorosa los enormes costos que a veces acarrea. Si no tuvimos la fortuna de satisfacer nuestra necesidad de apego de manera conveniente, siempre existe la posibilidad de corregir los efectos de apegos inseguros e insatisfactorios. La clave está en intentar una y otra vez, las veces que sea necesario, el establecimiento de vínculos sanos en los que podamos expresarnos libremente, respetando y siendo respetados por el otro. Ofreciendo a nuestro compañero de aventura la aceptación incondicional, la empatía y nuestra generosa contribución para que ambos podamos satisfacer nuestros deseos. La clave está en tolerar la frustración que venga del desencanto, cuando el enamoramiento acabe y pueda dar paso a un amor más sosegado, menos brillante pero más profundo y duradero. A veces la psicoterapia o un coaching de vida es la instancia en la que podemos fundir un nuevo molde, un nuevo crisol en el que se fundan el deseo, el enamoramiento y el amor duradero, para poder vincularnos, de ahí en adelante, de maneras más satisfactorias y vitalizantes.
Con estas reflexiones quisimos enfatizar la importancia de la conversación íntima para construirnos y construir los vínculos amorosos que dan sentido a nuestra existencia. Cuidemos lo que deseamos, cuidemos nuestro amor, cuidemos nuestra vida: cuidemos nuestras conversaciones.
Camilo Sabag
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