El liderazgo femenino tiende más al bienestar universal.
Es bien sabido que a lo largo de la historia de la humanidad, la mayoría de los actos violentos que han generado sufrimiento innecesario y enormes daños a las comunidades en que se perpetran, los ejecutamos sobre todo los hombres. Las mujeres, en cambio, han sido víctimas, junto con sus hijas y sus hijos, de dicha violencia y quizá por ello, líderes de movimientos pacifistas y humanitarios que han calado hondo y pacificado de manera significativa las sociedades que escucharon sus voces indignadas, compasivas, incluyentes y libertarias.
Para ilustrar este sesgo en los valores predominantes entre hombres y mujeres, en su revelador libro Los ángeles que llevamos dentro: El declive de la violencia y sus implicaciones, Steven Pinker nos recuerda: la descripción que hizo James Sheehan acerca de la transformación de la misión del estado europeo de posguerra, desde la destreza militar a la protección y el cuidado del ciudadano durante toda la vida, es casi una caricatura de los roles de género tradicionales. La conclusión de Pinker, después de analizar cientos de datos históricos es que Un mundo feminizado sería más pacífico.
Debido a que, en una cultura machista y misógina como la nuestra los hombres nos avergonzamos al manifestar reacciones y hacer tareas típicas del género femenino, la discordia y la violencia sigue imperando en nuestra sociedad y todos sufrimos por ello.
Educar para el Nuevo Mundo implica promover en todas y todos los valores humanos más identificados con el género femenino: El cuidado de la vida y la reproducción cotidiana de las condiciones que la sustentan; La autorregulación; La capacidad de adoptar en la imaginación diferentes perspectivas de otras personas, animales o seres vivos; La inclinación a compartir más que a competir; y La mayor capacidad de aprender –al no pretender saberlo todo- lo necesario para sobrevivir, crecer y evolucionar.
Camilo Sabag
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