Desde la ansiedad con que esperamos el golpe traicionero de la enfermedad; desde la angustia por la inminente caída al precipicio económico; desde los días más negros, el sufrimiento lacerante y el terror que paraliza el pensamiento; desde la desesperación por no tener lo mínimo indispensable; desde la tristeza y el profundo desánimo causados por nuestros errores y por la peste; habremos de renacer como sociedad.
Somos la forma de vida más evolucionada; poseemos, como ninguna otra especie sobre la tierra, libertad para elegir. Actuamos más allá del instinto que protege a otros seres vivientes, aprendimos a aprender y a conocer los misterios del universo. Nuestros ensayos y errores han sido audaces, ambiciosos, colosales, generosos, creativos, sobrenaturales, heroicos y, lamentablemente, muchas veces también egoístas, abusivos y autodestructivos.
En algún momento de nuestra larga historia, nos extraviamos entre narraciones fantásticas y explicaciones detalladas. Dejamos de distinguir lo relevante de lo irrelevante. Abandonamos el hedonismo natural, que nos acerca a lo que nos mantiene vivos y felices y nos aleja del peligro y la pobreza; e inventamos un hedonismo estúpido, de cortas miras, convencidos de que se disfruta más intensamente la vida poniéndola en riesgo que cuidándola. Olvidamos que somos valiosos porque somos vida, que somos cuerpos anhelantes, deseosos de seguir vivos y de convivir con nuestros semejantes, en el hábitat que compartimos y del que obtenemos lo necesario para vivir.
Inventamos los números y nos fascinamos con el enorme poder que este invento nos dio, para percibir con precisión y exactitud la cantidad y proporción de cualquier cosa en el universo. Aprendimos trucos maravillosos para transformar y crear la realidad material que habitamos. Nuestra tecnología se hipertrofió hasta poner en riesgo los fundamentos de cualquier forma de vida. Nos convertimos en maestros del autoengaño complaciente, a niveles delirantes.
Creamos máquinas prodigiosas que nos superan en fuerza, velocidad, precisión, inteligencia, y de muchas otras maneras. Quisimos ser como ellas: insensibles, infatigables, con piezas intercambiables, inmortales; pero no lo logramos porque estamos vivos, sentimos y nos movemos para satisfacer necesidades vitales.
Nosotros, a diferencia de nuestras máquinas, sí nos equivocamos, porque somos libres; conquistamos el fuego y lo usamos para obtener más seguridad y confort, para iluminar nuestras noches y transformar la materia, pero también lo utilizamos como arma para lastimar a nuestros semejantes; inventamos el dinero para establecer intercambios más justos y seguros, pero lo transformamos en el fin que justifica cualquier medio, aunque éste atente contra la vida. Ahora nos toca hacernos responsables de la desigualdad y pobreza que hemos generado y retomar el camino de la vida: Primero la vida, cualquier forma de vida. Artes, política, filosofía, ciencia y tecnología deben estar ante todo al servicio de la vida, no en contra de ella.
No nos confundamos, somos mucho más que el personaje de una historia; somos la vida evolucionando. Somos cuerpos sensibles, elásticos, fuertes, vulnerables, desplazándonos en el espacio habitado para encontrarnos con los demás, para pertenecer y permanecer, el mayor tiempo posible, disfrutando la alegría de vivir.
Este es el momento en el que todos nuestros saberes deben enfocarse en generar las mejores condiciones para que todos tengamos suficiente BIENESTAR. “Me cuido, cuido a los demás y cuido mi entorno” es el marco ético fundamental que nos permitirá lograr esta meta tan ambiciosa.
Si los demás no están bien, tampoco nosotros lo estaremos. Superemos ese egoísmo “inteligente”, por lo visto bastante torpe, que divide al mundo entre ganadores y perdedores. Cuestionemos esas ideas que repetimos de manera irreflexiva, como si fueran verdades absolutas: que ser el mejor es lo mejor; que competir nos hace más fuertes que compartir.
Cuántas vidas se han sacrificado en el altar del superhombre: “Haré lo que sea por ser el más poderoso, el más rico, el más inteligente, el más exitoso, el más santo”. Que poco ambiciosos hemos sido cuando sólo buscamos el bienestar de unos cuantos, a costa de las carencias de los demás, como si los demás fueran sólo parte del paisaje de nuestro particular y pequeño reino. Hemos sido reyes enanos, cortos de miras, mezquinos, miserables.
Pero somos libres, ejercemos el pensamiento crítico y habremos de rectificar. Esta es la oportunidad para transformar la realidad. Ayudados por un pequeño y relativamente inofensivo virus, que evidenció nuestras carencias éticas, nuestra pobreza y nuestra injusticia, juntemos los restos de este naufragio y comencemos a construir juntos la realidad más plena de BIENESTAR para todos, que podamos imaginar.
Somos la vida evolucionando, superaremos cualquier adversidad. Gocemos la vida, es fascinante. Juntos haremos nuestros sueños realidad.
Camilo Sabag