Este primero de abril se cumplirán sesenta días. La reacción se observó de manera simultánea en todo el mundo, lo cual echó por tierra la inicial suposición de que su origen fue el cambio climático. De haber sido así, la nueva experiencia se hubiera esparcido paulatinamente, según los diferentes climas de cada región.
Las redes sociales se saturaron desde los primeros minutos con narraciones que daban cuenta de los comportamientos inusuales en diferentes partes del planeta y por personas de todo tipo.
También se descartó como causa del suceso cualquier influencia cultural. Las ideas no se propagan con tanta inmediatez, ni siquiera por internet. Más que un contagio daba la impresión de ser algo que nació de nuestro interior espontáneamente, sin haberlo aprendido.
Aún cuesta trabajo comprender a profundidad la naturaleza del fenómeno. En lo que todos estamos de acuerdo es en que, súbitamente, el acto de respirar adquirió un valor como nunca antes lo había tenido por el inmenso placer que desde ese día nos hace sentir.
De manera intuitiva supusimos que era algo en el aire. Sin embargo no se le ha podido describir ni en términos de la presencia de un aroma, ni como un cambio específico en la composición, temperatura, humedad, densidad o cualquier otro aspecto físico identificable. No sabemos a ciencia cierta qué causa esta nueva sensación tan agradable en la nariz, la faringe y el pecho, este relajante cosquilleo en la piel, el bienestar tan intenso e inmediato en todo el cuerpo que nos pone de buen ánimo casi al instante. Por unos segundos, dejamos de pensar y sólo sentimos un profundo placer hasta ese momento desconocido. Se ha descrito la experiencia como “La conciencia plena y gozosa de estar vivos” o “El éxtasis de la vida con plena conciencia”.
La universalidad de la reacción, independientemente de las condiciones físicas o sociales de las personas hace pensar a los investigadores en un poderoso y penetrante factor externo que nos afecta a todos por igual.
A los pocos días de iniciada esta extraña transformación ambiental aprendimos a sobrellevar mejor cualquier circunstancia desagradable deteniéndonos a respirar conscientemente.
Cada vez es más frecuente observar a las personas detenerse en medio de una acalorada discusión, cerrar los ojos y disfrutar una profunda inspiración, para luego proseguir conversando con más calma y mejor disposición.
Otra idea en la que todos coincidimos es que estos sesenta días han revolucionado a la humanidad.
Mantenemos desde el inicio un constante estado de fascinación. Jugamos todo el tiempo a transformar las situaciones problemáticas más diversas en fuentes de bienestar.
Los sentimientos agradables que ahora predominan se han expresado desde los primeros instantes en una tendencia irresistible por compartir ese bienestar, sobre todo con quienes sufren por alguna adversidad.
Ante la imposibilidad de explicar estas reacciones apelando a causas físicas, químicas o biológicas conocidas, se sospecha de un cambio a nivel subatómico en alguno de los gases que conforman nuestra atmósfera. Es posible que influyan molecularmente en los precursores de neurotransmisores y moduladores de la actividad cerebral, modificando los circuitos neurales del sistema de recompensa.
Es probable también que se estén alterando las vidas de animales y plantas, aunque todavía no se hayan observado evidencias al respecto.
La sorprendente noticia con que hoy amanecimos es que durante estos dos meses no se ha registrado un solo asesinato en ninguna parte del mundo. Estamos tan extasiados con la nueva atmósfera de bienestar que no habíamos reparado en este insospechado efecto social.
Lo más inquietante es saber cuánto tiempo se mantendrán así estas condiciones y qué efectos económicos y sociales vendrán como consecuencia.
Camilo Sabag