¿Qué es una crisis?
Podemos definirla como una situación de cambio acelerado al que tenemos que adaptarnos, pero con la sensación –realista o no- de que carecemos de los recursos suficientes para lograrlo.
Una situación crítica puede vivirse también como una circunstancia caótica, desordenada, “sin pies ni cabeza” de alguna manera, riesgosa, que aumenta nuestra sensación de incertidumbre y confusión, y por lo tanto enciende de inmediato nuestro “sistema de alarma”, una serie de sensaciones y emociones desagradables que nos mueven a actuar, a poner algún orden aunque sea muy elemental en aquella situación que está saliendo de nuestro control.
La crisis evidencia nuestros límites y nos obligan a ir más allá de ellos. Ante circunstancias duras y desafiantes hacemos uso de recursos extraordinarios que pueden ir desde los actos reflejos más elementales hasta los comportamientos aprendidos más sofisticados y sutiles. Con estos recursos podemos imponer a la situación caótica un orden simple y elemental, o escalar a partir de éste a órdenes cada vez más complejos y enriquecedores.
La crisis, como vemos, encierra en su naturaleza tanto riesgos como oportunidades: el riesgo de ser rebasado por ella y quedar desadaptados del entorno, o la oportunidad de crecer en el intento exitoso de adaptación y reinventar algún aspecto de nuestra vida.
Crisis, cambio y crecimiento
Nuestra reacción natural, espontánea, irreflexiva y automática ante una situación que percibimos como crítica es algo que merece nuestra atención y una serie de reflexiones que resultarán sin duda muy útiles: Todo indica que los seres humanos somos organismos vivos que evolucionamos para enfrentar y superar crisis. De hecho, nuestras características biológicas, psicológicas y sociales tan sofisticadas, son producto de la superación de innumerables momentos críticos, como individuos y como especie. De manera natural, continuamente crecemos a través de las crisis.
Nuestra vida es una sucesión de crisis: El nacimiento es la crisis que nos arroja al mundo exterior después de nueve meses dentro del “paraíso materno”; Nuestro afán por caminar solos nos desprende de las manos de mamá y papá; Nuestra incursión en la escuela nos arroja del seno familiar y nos pone en manos de adultos desconocidos; La pubertad acaba con nuestra infancia; Las obligaciones de la adultez con la adolescencia, y así sucesivamente hasta que la última gran crisis: nuestra propia muerte, permite la renovación de la vida. La prodigiosa vida y las crisis se implican mutuamente.
Recursos para sortear la crisis
Como organismos vivos complejos, heredamos genéticamente un conjunto de funciones biológicas, psicológicas y sociales que nos permiten sobrevivir, crecer, procrear y morir dignamente. Muchas de esas funciones ya vienen pre configuradas o integradas desde el nacimiento, como, por ejemplo los reflejos que nos permiten respirar; explorar con los sentidos para encontrar y vincularnos con otros semejantes, etc. Son comportamientos instintivos indispensables para sobrevivir, y algunos de ellos nos acompañan durante toda nuestra vida. Otros comportamientos instintivos no se manifiestan al nacer pero lo harán en algún momento de la vida, pues vienen programados para que esto suceda, por ejemplo, la salida de los dientes, o la pubertad, la vejez, etc.
Pero otra amplia y variada serie de comportamientos con los que vivimos día a día son aprendidos. Les llamamos hábitos, habilidades, destrezas o conocimientos. Crecen a partir de los comportamientos reflejos básicos antes mencionados pero los superan en cuanto a flexibilidad y potencia de tal manera que ambos se complementan.
De estos dos tipos de recursos: heredados y aprendidos, depende, sin duda, nuestra capacidad para sortear las crisis, y con ella, nuestra calidad de vida. Al conjunto de los mejores recursos para superar las crisis y crecer a partir de ellas le llamamos Resiliencia.
¿Qué es la resiliencia?
El concepto y la palabra Resiliencia se usan en el ámbito de la ingeniería para referirse a ciertos materiales muy resistentes a la presión por ser fuertes y elásticos al mismo tiempo. Se deforman mientras se les presiona de manera tal que esa deformación absorbe la energía que los oprime, sin romperlos, pero cuando la presión cede, vuelven a su forma original sin haberse dañado. Las esponjas, las ligas, los resortes o una pelota que rebota, son ejemplos de objetos resilientes.
Importado a la psicología, el concepto de Resiliencia designa al conjunto de características que poseen algunas personas y que se expresa en momentos de crisis, de adversidad, de dolorosas pérdidas, permitiéndoles no sólo resistir fuertes presiones sin deformarse de manera permanente ni quedar dañadas, sino, más asombroso aún, crecer a partir de ellas.
Podemos crecer a partir de la adversidad si fortalecemos las condiciones que harán surgir nuestra Resiliencia. Los siguientes son algunos comportamientos que nos hacen resilientes:
✓ Establecer y fortalecer constantemente vínculos desinteresados, cálidos y seguros con los demás.
✓ Adquirir hábitos de vida que nos permitan tener salud y prevenir la enfermedad.
✓ Integrarnos a instituciones y prácticas de vida que nos permitan construir significados valiosos y trascendentes, y vivir de acuerdo a ellos, como los valores universales, etc.
✓ Adquirir mecanismos sanos de regulación de la autoestima.
✓ Desarrollar nuestras habilidades del pensamiento. Aprender a aprender.
✓ Cultivar el sentido del humor respetuoso y compasivo.
✓ Exponernos a lo nuevo constantemente.
El concepto de resiliencia está revolucionando el quehacer de los psicólogos clínicos, médicos y demás trabajadores de la salud y las personas a las que ayudan, pues les permite enfocarse en las fortalezas más que en las debilidades, propiciando un mayor optimismo que sin duda beneficia a todos.
Camilo Sabag